viernes, 9 de septiembre de 2011

La Experiencia

–Te quiero –dijo ella mirando la pantalla. Sus dedos pasaron por encima de los píxeles coloreados que representaban el rostro de su amado en su monitor de veinte pulgadas.

–Y yo a ti, cariño –respondió él.

De nuevo, ambos se pusieron a pensar en su situación. Les separaban miles de kilómetros y les unía una lengua común. Sin embargo, resultaba fustrante no poder tocarse, no poder besarse, no poder ... sentirse... El deseo que sentían era tan fuerte que la piel les ardía a cada momento. Como si cada poro fuera un pequeño volcán en erupción.

–¡No puedo soportarlo más, mi amor! ¡Necesito tenerte! ¡Saber cuál es tu sabor y cómo hueles!

Él la observó con cara incrédula que, poco a poco, fue tornándose en una sonrisa con ciertos tintes de maldad.

–Mira, cielo –dijo–, ¿confías en mí?

–Sabes que sí. Más que en nadie de este mundo.

–De acuerdo. Desnúdate.

Ella sonrió de forma pícara. Sabía que lo único que tenían era eso. Poder verse por la webcam y disfrutar de los pocos juegos eróticos que la red les podía permitir. No era lo que necesitaba, pero tenía que desahogarse como fuera. Se quitó la ropa.

–¿Y tú qué haces? ¿Te vas a quedar así?

–¿Confías en mí, no? Pues cállate y cierra los ojos.

Los párpados cayeron mientras ella oía el cálido sonido de su voz que flotaba en el aire, creando una atmósfera tibia, como cuando te tumbas en la arena de la playa en un día de sol. Su cadencia al pronunciar las palabras, unido al sonido de su propia respiración, le hicieron relajarse.

Y de pronto, el silencio...

Fue consciente de ello prácticamente al mismo tiempo de percatarse que no le importaba. El aire entraba y salía de sus pulmones con intervalos de segundos que encajaban a la perfección. Era como si hasta ese momento no se hubiera dado cuenta de lo que era respirar. Su pecho subía y bajaba cada vez más deprisa y ella no podía entender qué estaba pasando. Aquella quietud le impedía abrir los ojos, era una sensación tan agradable que temía que se esfumase si lo hacía.

Comenzó a ser consciente del espacio a su alrededor. Podía sentir las distancias. Su mente alcanzaba a tocar todos los objetos de su habitación y su boca, que ahora estaba levemente abierta, empezaba a convertirse en desierto por la ausencia de humedad. El corazón golpeaba con violencia las paredes de su cavidad torácica. No era capaz de comprender cómo podía estar tan excitada sólo sintiéndose a si misma. Sus papilas gustativas repasaron el dibujo de sus labios en un inútil intento por volverlos agua. Luego lo sintió.


Al principio no le dio demasiada importancia. Fue como un susurro que viniese de las alturas. Intentó abrir los ojos para ver qué sucedía, mas era algo que su cerebro no quería ordenar que se realizase. Sus párpados no obedecían. Hasta su oído izquierdo llegó el murmullo de una respiración que no era la suya. Ella comenzó a jadear. De pronto algo húmedo recorrió su cuello ¿era su lengua? No podía saberlo, pero fuera lo que fuese, comenzó a revolotear como una traviesa mariposa por todo su cuerpo. Se detenía en sus pezones, insistiendo y haciéndose notar hasta arrancarle pequeños gritos de placer. Aquel ente mojado recorría sus brazos, lo sentía caminar por sus muñecas y ella no podía casi soportarlo. Su boca se abría en un inútil intento de sujetar entre sus labios lo que no estaba allí.

Lo sintió bajar por su vientre, surcando el pequeño cráter de su ombligo. Toda su piel se erizó como si de pronto la temperatura hubiese bajado varios grados. ¿Qué estaba sintiendo? ¿Qué era aquella locura? Ardía y a la vez la humedad en su interior provocaba su cántico de pasión. Los jadeos se convirtieron en gritos y los gritos en éxtasis. Su clítoris comenzó a vibrar, preso de pequeños terremotos de placer avasallador. Su respiración se volvió incontenible. Aquello era como intentar contener la fuerza del mar en una botella. Empezó a moverse al compás de aquella música de amor sexual. Estaba atrapada en aquella oscuridad increíble, pero no quería salir de ella.

Fue en ese momento cuando su vagina entró en erupción. Comenzó a palpitar como si de un fiero león enjaulado se tratase. Sentía que su alma la abandonaba y volvía a su cuerpo de nuevo. Poco a poco las aguas volvieron a su cauce y donde antes había una tempestad, ahora había un mar en calma.

Entonces abrió los ojos. Estaba completamente sola...

lunes, 5 de septiembre de 2011

¿Sólo las palabras...?

He sentido como mi corazón retumbaba en mi pecho, como si necesitara más espacio del que dispone para vivir. He sentido la piel erizada de placer como respuesta a una caricia. En mi mente las imágenes se han vuelto confusas. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Jamás descubriré la verdad? He pasado de sentirme el ser más dichoso del planeta, al más completo estúpido en un breve instante. Sientes un peso enorme en tu interior, como si por tus venas la sangre hubiese sido sustituida por mercurio.

Tengo que aprender de esto. No puedo someter a mi cerebro a este castigo una y otra vez, simplemente porque me resulte más sencillo creer que cuestionarme las cosas. Si yo fuera mi organismo me odiaría a muerte. Me llamaría estúpido e intentaría buscar alguna forma de hacerme reaccionar. Tengo esa sensación de que el mundo es una mentira. De que el amor no existe. De que sólo es un coto privado al que sólo unos afortunados pueden acceder. Pero yo, yo no puedo hacerlo. Me siento extraño allí dentro. Tanta capacidad para amar y tan poco talento para dirigir mis energías hacia algo que merezca la pena y que sea verdad. Y no puedo culpar a nadie, no. Soy yo el único responsable. No encuentro el término adecuado para definirme. ¿Inocente? ¿Estúpido? ¿Confiado...? No lo sé y dudo que llegue a descubrirlo, porque soy incapaz de pensar que pueden engañarme. Pero lo hacen. Se me presentan situaciones llenas de puntos oscuros, llenas de medias verdades. Me han elevado a lo más alto, al techo del universo, para luego dejarme caer al vacío.

Sin embargo, a pesar de todo, no puedo dejar de creer en las personas. Hay una parte de mí que sigue pensando que me estoy equivocando. Que todo es realmente tal y como me habían contado. Y si eso es así, ¿qué puedo hacer? No puedo ayudar a alguien que no quiere mi ayuda. Cuando pienso de este modo me entra el pánico. ¿Qué me tiene que pasar para que me de cuenta de lo que ocurre? ¿Hasta cuándo me van a estar avisando? ¿Y si se cansan de hacerlo..? Tengo mucho miedo...