viernes, 29 de julio de 2011

La familia perdida

He hablado en otras ocasiones de mi familia, sí que es verdad, pero no de lo que voy a hablaros hoy. Yo tuve un abuelo, bueno, como todo el mundo tuve dos, a cual de ellos con una vida más que interesante, por decirlo de alguna manera. Pero concretamente a mi abuelo paterno apenas lo conocí. Murió siendo yo muy pequeño. Este señor fue una persona difícil, sobre todo para la gente que tenía a su alrededor. A finales de los años treinta dejó embarazada a mi abuela sin que se llegara nunca a casar con ella y luego, por algún motivo que hasta este momento ignoro por completo y además me importa bien poco, se casó con otra mujer y tuvo siete hijos con ella. Mi abuela no hablaba mucho, por no decir nada, de lo que pasó realmente. Lo único que yo sé y que nunca he llegado a entender, es que ella lo quiso con una pasión desmedida durante toda su vida. Me atrevería a decir que incluso lo quería más que a mi padre. En aquella época os podéis imaginar lo que tenía que ser tener un hijo sin haber estado casada. Alguien de mi familia me contó, no recuerdo quién, que mi abuela no salió a la puerta de la calle durante todo su embarazo y luego tuvo a mi padre, el mayor de los ocho hijos que llegaría a tener mi abuelo (o nueve, nunca me quedó claro). Mi padre no fue un hijo ilegítimo. Al fin y al cabo llevaba el apellido de su padre, pero sí fue un niño solitario. No conocía a sus hermanos y no se crió con ellos. A día de hoy, sigue sin conocer a sus tres hermanas. Pero él sentía una aversión por su padre increíble y peor todavía cuando veía a su madre que a pesar de todo, los ojos le hacían chirivitas cada vez que lo veía. Como consecuencia ocurrió esto, que no conoce a la mitad de su familia.

Siempre he sabido (todos lo sabíamos) que tenía familia en Sevilla a la que no conocía y debido además a la originalidad de mi apellido (María) también se daba la circunstancia que cada vez que alguien me hablaba de algún María, siempre pensaba que seguro que era pariente mío. Sin embargo, un día me ocurrió algo que me dejó un poco consternado.

Todavía trabajaba yo en la tienda de electrodomésticos. Un día una pareja entró a comprar un aire acondicionado. Ella era muy guapa y yo fui el que les atendió. Cuando ya mis dotes comerciales los habían convencido para que se llevaran un aparato llegó el momento de hacerles la factura y ella me dio sus datos personales. Cuando me dijo su segundo apellido me quedé petrificado. "María". No os puedo explicar lo que sentí exactamente, pero me di la vuelta muy despacio y pregunté

"¿Cómo?"
"Sí, es que tengo un segundo apellido muy original"
"Y tanto. A mí me pasa lo mismo"

Nos pusimos a hablar y resultó que era prima hermana mía. Pues bien, salió de la tienda y yo me quedé un poco hecho polvo pensando que a lo mejor no volvía a verla. Y así fue.

Pero llegó la tecnología y con ella el facebook y otro primo mío se dedicó a buscarnos y nos encontró y resulta que es un tío estupendo. He vuelto hablar con mi prima y parece que los errores de nuestros antepasados no nos van a impedir conocernos y estoy encantado.

Ah, por cierto, la "familia perdida" considero que en realidad somos nosotros y no la gran cantidad de primos que parece que tengo...

martes, 19 de julio de 2011

Redeando por la red...

Esto de internet es increíble. Uno no para de pensar hasta dónde va a llegar todo esto, porque lo que es yo no le veo el fin (bueno sí, el mundo acabará en 2012, así que es de suponer que internet también). Hace once años que soy internauta. Un poco más quizás. En todo este tiempo he ido observando la evolución del medio. Recuerdo cuando no había ADSL. Antes de conectarme en mi casa, mi amigo Jesús y yo íbamos a una tienda de informática, que no recuerdo dónde estaba, a conectarnos. En aquel tiempo de teclados color hueso, ratones de bolita y enormes monitores de rayos catódicos, no teníamos ni el euro (benditos tiempos). Sí, seguro que os acordáis. Era aquella época en la que mil pesetas era una fortuna. Ahora seis euros es una mierda (y lo peor, treinta euros también). Teníamos que pagar la conexión por horas. Ahora en los ciber está muy de moda, pero entonces era superextraño, creedme. Y allí nos llevabamos toda la tarde guardando información (páginas web completas) en discos de 3,5. Maravillosas páginas estáticas sin flash que te volvieran completamente loco.

Pocos años después tuve conexión en casa. De esas que ocupaban la línea telefónica y que sólo tenían tarifa plana a partir de las seis de la tarde. Fue en aquel entonces cuando hice mi primera amistad por internet. Mi queridísma amiga Ana. Cuando todavía podías charlar en un chat sin que te salieran mil colgaos queriéndo enseñar su manubrio a cualquier chica que se pusiera a tiro. No existía el facebook, ni el tuenti, ni nada. Si hubiera existido, Ana y yo lo habríamos pasado realmente bien (aunque lo pasábamos igualmente bien de todas formas). Recuerdo el aterrorizante "efecto 2000". Fue terminar de comerme las uvas de la nochevieja de 1999 e irme a la pantalla de mi ordenador a presenciar el principio del fin del mundo. Pero no pasó nada, el efecto fue una milonga preparada por empresas informáticas para ganar más pasta de la que ya ganaban.

Ahora todo es mucho más fácil. Todos estamos conectados con todos y las redes sociales son un tumulto de gente enseñando fotos y cotilleando de todo el mundo. Porque vamos a ver, ¿hay algo más divertido que cotillear el muro de un nuevo amigo? Gracias a facebook he retomado el contacto con amigos que hace un siglo que no veía e incluso he vuelto a hablar con mis dos primeras novias. Es increíble. Y ahora soy administrador de dos grupos de facebook. Un club de solteros que no vale para nada, porque la gente se enrolla poquísimo y uno que ha hecho mi familia y unos amigos en el que soy administrador porque tenía que subir el logo que había hecho. ¿Hasta dónde llegará todo esto?

martes, 5 de julio de 2011

Música, alcohol y poquito de Photoshop...


He terminado un curso más. Otro. Desde que me quedé parado llevo unos cuantos. Ayer me despedí de otro buen grupo de compañeros con los que me lo he pasado genial. A vosotros quiero pediros perdón. Sé que me habéis escuchado muchas veces hablar de esto, pero me siento culpable porque siento que no he aprovechado bien el tiempo que he pasado en ese aula. Diréis que no pasa nada y todo eso, pero precisamente en anteriores ocasiones, alumnos de otros cursos que han hecho lo que he estado haciendo yo en este, me han enervado una barbaridad. Afortunadamente, sé que me habéis comprendido en todo este tiempo y me habéis escuchado y todos sabéis lo que me pasa. No estoy muy contento con mi trabajo, aunque estoy superfeliz de no haber dejado que el desánimo me hundiera y de haber encontrado a veces fuerzas de donde no las tenía para ir a clase y compartir minutos y conocimientos con vosotros.

Pero vamos a lo que vamos. Jesús (el profe), no sé si la idea de la "fiestuki" (ja,ja) fue tuya o no, pero fuera de quien fuera, fue una pasada. Dios, que bien me lo pasé. Cuando iba en el autobús de camino a Ingecon, pensaba "Hostia, verás tú como al final haya sido todo una milonga y el único que lleva comida soy yo como un pringado". Pero nada más lejos de la realidad. Yo llegué allí con mi tortillona que mi amada madre me había hecho con mucho cariño y teníais montado un picnic al final de la clase y claro, empezamos con las cervecitas primero y empezó el desfase. En parte esto pasa porque Inma y Eva por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender, tienen como un áurea mortífera que hace que todas las personas a su alrededor se emborrachen. Lo tengo comprobado. Y se puso músiquita en uno de los ordenadores cortesía de Víctor, nuestro pinchadiscos, y ea, allí toda la peña como si en vez de en clase estuviéramos en una fiesta universitaria. Yo estaba muy solícito. Creo que bajé todas las veces que se fue a comprar alcohol, menos la primera. Lo cual me lleva a pensar que en realidad ni solícito ni leches. La primera vez sólo fueron tíos y todas las demás fui acompañado de nuestras preciosas compañeras. Salíamos con las manos vacías, saludábamos con la cabeza a las chicas de Ingecon y cuando volvíamos con bolsas llenas de bebidas volviamos a saludar mientras Paqui parecía mirar para otro lado. Y claro, la graduación etílica de semejantes delicias líquidas comenzó a hacer su efecto devastador sobre nosotros. Bueno, a todos no. Lo de nuestro compañero Jesús no es el alcohol. Es que es así. Para mi vergüenza, puede que yo fuera el más afectado, porque me llevé toda la tarde llamando a Begoña "Belén" y a Belén "Belén". Pero vamos, no me lo tengáis en cuenta. De todos es sabido el gran parecido físico entre ambas. Le podía haber pasado a cualquiera (y no diré nada más si no es en presencia de mi abogado).

Al final todo acabó como estaba previsto. Jesús haciendo el ganso, Víctor riéndose de lo que hacía Jesús, Miguel con su novia, Begoña riéndose de esa forma que contagia a todo el mundo, Paloma haciendo de Paloma como sólo ella sabe hacer, Belén iluminando la clase con su presencia y yo con mis niñas Inma y Eva bebiendo cervecita en otro bar (el poder mutante ese que tienen, ya sabéis...). Llegué a mi casa un pelín tocado (bueno, algo más de un pelín, mi madre tuvo que quitarme los pantalones, minudencias...) Todo perfectamente integrado en el guión de lo que ha sido este curso. Gracias a todos. Espero que tengáis suerte y que sigamos siendo amigos para toda la eternidad.

Posdata: David, Jorge y Antonia, también tenéis un cachito de mi corazón. No me he olvidado de vosotros.


domingo, 3 de julio de 2011

...mientras, tu vida sigue su rumbo...

Tuve tanta suerte. Hace cuarenta años el destino, la vida o quienquiera que fuese, tuvo la idea, genial o absurda, no soy quién para decirlo, de ponerme en este mundo para probar cómo se vivía. Tal vez debería habérselo pensado mejor antes de hacerlo. Lo cierto es que no me lo han puesto nada fácil. Sin embargo, a pesar de todo, aquí estoy.

En algo si tuvo consideración conmigo. Supongo que como compensación, me colocó en el seno de una familia que, si bien no es perfecta, es posiblemente la mejor en la que te puede tocar permanecer. Me pregunto cuál sería la mejor forma de poderos transmitir lo que tengo en mi corazón sin parecer esto ñoño o sentimentaloide. Voy a intentarlo.

Mis hermanos. ¿Qué puedo decir de ellos? Siempre están ahí. Da igual cuál sea mi problema. No importa si lo estoy pasando mal porque no tenga dinero, porque una chica no me haga caso o porque esté inaguantable con mis neuras. Mi hermano Carlos es mi ángel de la guarda. No va a permitir que caiga en el desánimo. A pesar de sus problemas, siempre me parece tener como principal prioridad. Y puede que eso no sea así, pero es como yo lo siento. Mi hermano mayor, Mario, que es la voz de la sabiduría. Que sabe qué palabra decir en cada momento. Y luego están mis hermanitas. Dos guerreras con disposición a machacar lo que intenta machacarme a mí.

Mis padres. ¿Qué puedo decir de ellos? Para mí siempre han sido sinónimo de protección. No puedo concebirlos de otra forma.

Pero hay mucha más gente. Mucha a la que agradecer cosas. Por eso quiero agradecerle a mi tía Chari su gesto de segunda madre cuando más falta me ha hecho. A mi prima Concha, por demostrarme que jamás perdimos esa complicidad que en su día tuvimos y que nunca nos ha abandonado. A mi prima Ana, porque no te imaginas el valor que tus bromas tuvieron para mí ayer. Justo lo que necesitaba. A mi primo José Luis, porque siempre ha demostrado ser mi amigo y porque cada vez que me abraza y me besa siento ese vínculo irrompible que nos une. A mis primos los Zayas, Antonio, Jose Mª y Dani, me crié con vosotros y el tiempo me ha dado la razón. No hay nada que pueda haber valido más la pena que eso.

En fin. Somos tantos que es complicado mencionaros a todos. Sabéis quiénes sois. Anoche no hubo ni uno solo de vosotros que no me arropara, que no me preguntara y que no me diera toneladas de cariño. Perdonadme todos por mis horas bajas. Están siendo tiempos duros para mí, pero estoy aprendiendo a vivir con ello. Estoy empezando a no sentirme metido en un pozo negro. Puede que todo esto os parezca una tontería, pero os garantizo que a mí, cada vez que pienso en ello, no puedo evitar que se me salten las lágrimas. Gracias.