miércoles, 29 de agosto de 2012

El Coleccionista II

Bueno, pues ahí estaba yo. Con menos de cinco años y dispuesto a hacer que mi cerebro se convirtiera en un disco duro repleto de datos de esos que hacen que la gente te mire de forma extraña. Como ya dije, el responsable de todo fue mi padre. La primera vez que vi un cómic fue porque mi padre lo trajo a casa. Él tenía un amigo que trabajaba, o algo parecido, no lo recuerdo bien, en una librería donde, además de libros, también tenían comics a precio de saldo. Papá decía que él llegaba allí y su amigo le tenía preparado un buen lote de comics de la antigua editorial Vértice. Ni siquiera los elegía. Simplemente, los cogía y se los traía a casa. A mí me fascinaron desde el primer momento. Tanto es así que me acuerdo perfectamente de el primer tebeo que vieron mis ojos (bueno, no sé si era el primero, pero sí es el primero que recuerdo). Aquí os dejo una imagen de la primera página de aquel cómic (evidentemente, en una edición más reciente, no la de Vértice). Sólo recuerdo esa página de aquel tiempo. La Cosa frente a frente con Galactus. Glorioso.

Aquel cómic fue el detonante de lo que sería una pasión que, aunque bastante más mitigada, perdura hoy en mi vida. Antes no teníamos internet. Los videojuegos de entonces no eran tan adicitivos como los de hoy y sus pretensiones eran bastante más modestas. La tele era bastante aburrida. Lo único interesante para mí eran los dibujos que echaban después del telediario de la tarde del sábado en la primera cadena y poco más. Así que mi único entretenimiento eran los tebeos y jugar al fútbol en la calle y los deportes nunca han sido muy fuerte.

Al principio yo seguí la estela de mi padre. Cuando ya me hice un poco mayor y podía salir solo, comencé yo a comprar mis propios comics y no necesité que nadie me los trajera a casa. Recuerdo que mis hermanos y yo íbamos a una librería llamada Codesal, que estaba ubicada en el barrio de El Cerezo (hoy día creo que es un laboratorio de análisis clínicos o algo así...) y que, además de libros, vendían revistas y comics a precio de saldo. Algo parecido a lo que mi padre compraba para nosotros cuando éramos más pequeños. La única, e importante, diferencia era que ahora podía elegir yo qué comprar. En cuanto reunía aunque sólo fueran cincuenta pesetas o veinte duros, nos acercábamos a la librería a gastarlo. Cuando la señora mayor que regentaba aquel establecimiento nos veía entrar por las puertas, se echaba a morir, porque sabía que nos llevaríamos allí toda la tarde hasta que decidiéramos qué ibamos a llevarnos, revolviéndolo todo y dándole el coñazo.

En aquel tiempo yo aún no era un coleccionista propiamente dicho. Lo que vendían en aquel sitio era todo material de saldo, por lo que casi siempre tenían las mismas cosas y los mismos títulos y había pocos cambios. Recuerdo que me sabía de memoria todos los comics que vendían allí. Presumía de haber leído todos los números de Spiderman del volumen 3 de Vértice, hasta los que eran en color. Pero un día ocurrió algo mágico. Iba caminando por la calle y en el suelo encontré un trozo de la página de un cómic (sí, ahora lo pienso y me horroriza un crimen semejante, pero...). Por las viñetas que aparecían deduje que era de Spiderman y lo más importante era que, ¡¡yo no lo había visto en mi vida y no lo había leído!!

Y entonces ocurrió. Había llegado Planeta DeAgostini y con ellos los Comics Forum...

miércoles, 22 de agosto de 2012

El Coleccionista I

Soy un friki. Es algo sabido por todos mis conocidos. Es como si fuera algo inevitable. No sé de dónde me viene esto. No conozco a ningún antepasado mío que fuera friki. Claro que, pensándolo bien, nací en una época no muy buena y lo cierto es que mi familia tampoco tenía demasiado dinero para frikadas en aquel tiempo (nada más allá de ser un capillita de Semana Santa o de mi madre que ha resultado ser una friki del programa de "Se llama copla", bua...).Vamos, algo parecido a la actualidad. El caso es que llevo siéndolo toda mi vida. No voy a decir que con orgullo, tampoco creo que haya que estar orgulloso porque te guste algo mucho, pero desde luego sí que mis aficiones me han llenado momentos muy duros en mi vida que, si no hubiesen existido, habrían sido mucho peores.

La culpa de todo esto la tiene mi padre. Veréis, en alguien tengo que descargar la culpa, porque os aseguro que yo solo no habría llegado a ser así. Ya lo llevaba en mis genes, no porque mi padre sea un friki (que no lo es en absoluto), sino porque todo me vino por su afición a la lectura. Mi progenitor es un lector empedernido. Lee todo cuanto cae en sus manos, sea bueno o malo, quiero decir, lo lee todo aunque de entrada sepa positivamente que lo que se va a meter en su cerebro en ese momento sea una auténtica basura. Así es él. El caso es que, sea por esto que os cuento o sea porque yo era un crío muy espabilado, con tres años y medio ya sabía leer. En serio. Mi madre suele contar una anécdota graciosa de cuando yo era pequeño. Resulta que ella y yo íbamos en un taxi un día siendo yo pequeñito. Yo iba leyendo todos y cada uno de los carteles que iba viendo por la ventana del coche en voz alta. El chófer, que probablemente estaba bastante jodido porque yo no parara de hablar, dijo:
- ¿Qué, señora?, que el crío se conoce los carteles de memoria, ¿no?
Imagino que a mi madre aquella pregunta no le pilló por sorpresa y supongo que ya debió de haberse visto en situaciones parecidas, así que contestó: 
- Pues no, es que mi hijo sabe leer.
Yo era muy pequeño y no recuerdo nada de esto,  pero estoy seguro que aquel hombre pensaría que todos los padres se creen que sus hijos son unos portentos y que mi madre no iba a ser menos, así que dijo: 
- Venga ya, señora. ¿Cómo va a saber leer un niño tan pequeño?
- Lo único que puedo  decirle es que si no me cree, dele algo para que se lo lea y así se convencerá usted mismo.
Supongo que el conductor del taxi sonreiría y pensaría "Esta es la mía..." pensando que aquella mujer iba a quedar en ridículo, así que le hizo caso a mamá y me dio su DNI (¿os acordáis de cuando eran de color azul?), y yo hice lo que tanto me gustaba hacer, cogí aquel carnet y se lo leí de principio a fin. El hombre, pasmado y con la boca abierta dijo:
- Porque lo estoy viendo, si no jamás lo creería...

Y fue por aquella época cuando una semilla en mi interior empezó a germinar...