domingo, 18 de noviembre de 2012

Había una vez un Circo...

Había una vez un payaso. Uno que hizo que nuestra infancia fuera más infancia, más bella, más inocente. Que te hacía reír con ese humor blanco que, siendo ya adulto, recordarlo hace que se te ennoblezca el alma. Que cantaba contigo sin saber cantar y que cuando se iba acercando el momento de volver a encontrarte con él, ardías en deseos de ser el niño que más gritara "bieeeen" a su pregunta "¿Cómo están ustedes...?". En un mundo terrible como el nuestro, donde los gobiernos no gobiernan, donde el dinero y el poder está por encima de todo lo demás, donde la gente se quita la vida vencida por la desesperación y donde los poderosos oprimen a los débiles de mil maneras diferentes, es triste que él se nos haya ido. Ya no podremos volver a verlo si no es repasando hemerotecas. Nadie podrá entrevestitarle para que nos cuente la historia de su familia. Esa familia de payasos que tan bien conocíamos todos.

Yo era muy pequeño, pero recuerdo el sonido de mis carcajadas y las de mis hermanos cuando lo veíamos en la tele. Hoy el mundo está un poco más vacío y entre este maremagnum de amargas desdichas que nos afligen a diario, es posible que nadie se dé cuenta de ello. Hoy el mundo está más triste aún si cabe. Se nos ha muerto nuestro amigo. Uno de los mejores. Adiós, Miliki. Espero que puedas llevar tu alegría allá donde vayas. Te echaremos de menos...

domingo, 11 de noviembre de 2012

El Coleccionista V

Como decía, pronto fue evidente que las habitaciones de mi casa (y el famoso ropero) no se iban a estirar como yo quisiera para seguir metiendo mis comics, así que, como se suele decir, situaciones desesperadas requiereen medidas desesperadas. Ya había demasiados tebeos para tan poco espacio así que tuve que improvisar. 

Mi madre decidió comprar un frigorífico nuevo. Esto, que a priori pareciera no tener la menor transcendencia en el devenir de mi bonita colección, resultó ser un punto de inflexión en la historia del almacenamiento tebeístico mundial. Porque yo pensé, "¿y ahora con esa nevera qué va a pasar?" Era un aparato pequeño. De hecho, yo con quince años era más alto que él, de esos que tenían un pequeño congelador en la parte de arriba, dentro del habitáculo tras la puerta. Era marca Aspes, jamás lo olvidaré. Pues bien, mi madre me contó el triste destino que tan útil utensilio iba a padecer. Lo iban a tirar a la basura. Así que yo, solidarizándome con aquel pequeño electrodoméstico, le dije que de eso nada, que lo iba a usar para meter mis comics. Mi santa madre, tras mirarme totalmente pasmada y viendo que yo hablaba completamente en serio, dijo "Bueno, vale...", y empezó el proceso de adaptación de aparato para conservar alimentos a armario para guardar cultura. Evidentemente, mi madre no quería un frigorífico en medio del salón y en mi dormitorio no cabía, así que inexorablemente fue confinado a la triste interperie sevillana y tuve que ponerlo en la terraza. Por otro lado tampoco era un problema, si se había llevado años cerrándose herméticamente para que no se estropeara la comida, también lo haría para que a mis comics no les diera ni el aire. La terraza del sitio donde vivía por aquel tiempo era grande, así que quedó perfecto en uno de sus rincones.

Para mí fue fantástico y encontré una nueva forma de disfrutar. Aquellos tebeos estaban más que leídos, pero a mí me encantaba coger una pequeña silla de mimbre que mi abuela tenía de color rojo, abrir la puerta de mi nevera, colocarla delante y sentarme para disfrutar orgullosamente de toda mi colección. De todas formas tuve que hacer funcionar mucho mi cerebro para que todos mis ejemplares estuvieran en perfecto estado, porque claro, aquello no era una estantería. El principal problema que encontré fue que no tenía estantes de madera lisa donde pudieran reposar tranquilamente con todo su peso sin que sufriean ningún percance. Claro que no. Como todos los frigoríficos, en vez de baldas para poner cosas tenía aquellas molestas rejillas. Sí, por supuesto que los comics podían descansar perfectamente en aquellas cosas sin quejarse, pero yo, que amaba a mis "hijos" con devoción, me percaté de que si los dejaba tal cual, las varillas de aquellas rejillas acababan por quedarse señaladas en la contraportada del cómic que estaba abajo del todo y eso no podía ser. Pero encontré la solución. Tenía (aún tengo) unos álbunes de cromos de esos que regalaban antiguamente con los yogures Danone. Ya sabéis, el Naranjito, Willy Fog... y ellos fueron los encargados de hacer de somier para el completo relax de mis tebeos.

Pero claro, los electrodomésticos tampoco habían adquirido la capacidad de mutar y hacerse más grandes. Así que tuve que tomar medidas nuevas. Mi famosa mesa negra...