jueves, 27 de diciembre de 2012

El Coleccionista VII

Continuando con el relato de mi vida friki, hoy quiero hablaros de alguien muy querido por mí. Mi primo Antonio (o Zayas como a él le gusta que le llamen). Es un tío genial, cosa que me demuestra cada vez que nos vemos, y además es el otro miembro de nuestra familia al que considero igual que yo: 100% friki. Me gusta pensar que semejante circunstancia es debida en gran medida a mi existencia. Me hace sentir bien. Mi primo es bastante más joven que yo. Le llevo quince años de diferencia, sin embargo, lejos de lo que pueda parecer, eso no ha sido nunca ningún handicap para que permanezcamos unidos. Supongo que por el hecho de que yo nunca me he sentido mayor. Ser friki también tiene esa ventaja. Sólo a un especimen de semejante doctrina social puede ir por la calle con más de cuarenta años con una camiseta de Superman y no sentirse ni ridículo, ni intimidado (y me estoy refiriendo a mí, que conste...). 

Mis tíos poseen una bonita casa en Coca de la Piñera en la que yo he pasado muchos buenos e inolvidables momentos. Antes de nacer Antonio, mis hermanos y yo pasábamos mucho tiempo con nuestros primos Zayas porque nuestras madres trabajaban juntas. Eso tuvo como consecuencia dos cosas. Una buena y otra mala. La buena es que nos criamos casi como hermanos y eso hizo germinar en mis primos la semilla friki que yo albergaba en mi interior y que luego ellos inculcaron en su hermano pequeño. Seguramente no sea así la cuestión, pero me gustas pensar que sí. La mala es que el hermano mayor de Antonio, mi primo Dani, y yo estábamos enamorados los dos de la misma chica (otra prima nuestra) y eso hizo que entre nosotros dos siempre hubiese un odio visceral de pequeños, que afortunadamente desapareció en el momento en el que nos hicimos adultos y se transformó en mucho cariño y respeto. En casa de mis tíos fue donde por primera vez vi una revista porno, que ignoro a quién pertenecía, pero que me dejó clavado en la silla cuando con nueve o diez años vi por primera vez una imagen de un coito. Er... sólo quería poner un ejemplo...

No sé si fue antes de nacer mi primo Zayitas o poco tiempo después, ocurrió algo catastrófico. Un sábado por la mañana mi hermano Carlos y yo estábamos en la cama leyendo comics. Concretamente nos encontrábamos releyendo la etapa de John Byrne de Los 4 Fantásticos (no sé si recordaréis que fueron los comics con los que empecé mi colección). Allí estábamos los dos, con un montón de comics en la mesita de noche. Carlos dormía encima de mi cama en su litera, pero aquel día no estaba Mario (mi otro hermano), no recuerdo por qué, y se había bajado a su cama para leer y charlar conmigo. Cuando llevábamos un buen rato, mi santa madre entró en la habitación para traernos el desayuno, que no recuerdo que era, pero supongo que algún dulce y, de esto sí me acuerdo, CAFÉ. Todo en una bandeja perfectamente colocado. Llegado a este punto mis recuerdos son confusos. Es como si de repente mi mente se quisiera olvidar de aquel lastimoso momento de mi vida. No me acuerdo si fue mi madre, si fui yo o si fue mi hermano, pero de lo que sí estoy seguro es de que en algún momento del continuum espacio tiempo de aquella fatídica mañana, la ley de la gravedad se cumplió a rajatabla y un vaso repleto de café hasta las trancas, por alguna causa que mi cerebro se ha esforzado al máximo por olvidar, fue a parar al lote de comics de Los 4 Fantásticos que había encima de la mesita de noche.

...
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Os estaréis preguntando qué narices tiene esto que ver con mi primo, pero tranquilos, sigo contando. Tras la hecatombe y una vez limpiado todo cuidadosamente, fui a ver mi montón de tebeos con café con leche que no había querido ni mirar hasta aquel momento. Me imaginaba sus inmaculadas páginas, que ya no eran tan inmaculadas, teñidas de un sucio color marrón que me haría llorar a mares. Sin embargo, fue aún peor... No tuve en cuenta el azúcar. Cuando se secó, los comics se encontraban pegados unos a otros y al intentar despegarlos se destrozaron la mayoría. Estaba desolado. Había jodido parte de mi colección por gilipollas. Afortunadamente, mi amigo Jesús me salvó la vida. Por aquel entonces él ya se había hecho con gran parte de la misma colección y me dijo que si yo la quería me la vendía. Y es ahí donde entra mi primo Dani. Inexplicablemente, accedió a quedarse con mis defenestrados tebeos y me los pagó y con lo que saqué y algo más que puse yo, pude comprar los comics de Jesús. Imagino que por ahí empezaría años más tarde la pasión que mi primo Antonio tiene por los comics igual que yo. Pero ya seguiré hablando de él próximamente.


domingo, 9 de diciembre de 2012

El Coleccionista VI

El peculiar modo de almacenar comics que yo tenía no terminó en aquella nevera vieja. Como es natural, pronto también se quedó algo pequeña y tuve que buscar más espacio. En mi casa había una mesa de color negro de poliester arrumbada en algún rincón del piso. Nadie la usaba, era una mesa de esas bajitas para el salón, pero lo cierto es que estaba olvidada por todos nosotros. Mi padre la fabricó. En aquella época yo lo único que sabía del trabajo de mi progenitor era que "trabajaba en poliester", que era un material que hacía que todos los días llegara a casa sin que nadie pudiera ni siquiera tocarle los brazos porque hasta que no se duchaba y se quitaba la fibra de vidrio le picaba horrores. Así que ese era mi conocimiento sobre el poliester, que mi padre trabajaba con él y que las cabinas de las atracciones de la Calle Infierno en la feria eran de ese material. Bueno, pues él, algunas veces construía cosas. Todavía rueda por aquí un Niño Jesús que hizo de un molde que teníamos de no se qué juego y luego hizo también aquella mesa negra (bastante fea por cierto, pero práctica y funcional aunque nos olvidásemos de ella). Así que yo, que siempre estaba buscando sitio extra para que mis tebeos se encontraran más agusto, me apoderé de la poliester-mesa, la puse al lado de mi amada nevera y la llené de comics todo cuanto su reducido espacio me lo permitió.

Sin embargo, había un problema. Como recordaréis mi nevera estaba en la terraza y claro, lo que estuviera en su interior estaba salvado de la interperie, pero lo que había en la mesa no. Al poco tiempo me di cuenta de que todo lo que había encima suya se ponía perdido de polvo y adquiría un preocupante aspecto que no me gustaba nada. Decidí poner allí los comics menos queridos por mí (aunque eran muy poco menos queridos por mí que el resto, todo hay que decirlo...) y, en un alarde de genialidad sin parangón en la historia de la humanidad, cogí unas bolsas de basura, las abrí, las coloqué encima de los tebeos y las sujeté a la mesa con unas pinzas de la ropa para que el aire que entrara por la terraza no se las llevara. Fue una solución, pero en realidad no me llegó nunca a convencer demasiado. Menos mal que unos meses más tarde mi madre decidió tirar también un mueble viejo de cocina que, obviamente, me quedé yo.

Aquel horrendo artilugio que mi madre usaba en la cocina para guardar cosas, estaba hecho una pena. Estaba fabricado con metal, de una chapa no muy gruesa que tendía a abollarse bastante. Cuando la tuve en mi terraza no sabía por dónde empezar. Afortunadamente mi padre, otra vez él, me puso una mano en el hombro viendo mi cara de preocupación y dijo "vamos a arreglarlo..." . Así que nos pusimos manos a la obra. Entre los dos le quitamos toda la pintura vieja, lo lijamos y lo volvimos a pintar, pasando de ser de un color gris sucio a un bonito color marrón que apenas podía disimular lo feísimo que era, pero en aquellos tiempos no era tan normal como ahora que una familia de clase media pudiese amueblar su cocina con muebles como los actuales. En fin, mi colección seguía creciendo, pero de momento todo estaba controlado.